Somos personas, y como tales, nos acostumbramos a las cosas tal y como nos las presentan, y cualquier pequeño cambio o alteración lo rechazamos con una fuerza que ya la podíamos usar contra las guerras o para acabar con el hambre en el mundo.
El último ejemplo de lo poco que aceptamos los cambios lo tenemos en la ya ex-Hanna Montana, Miley Cyrus, quien con su último trabajo, me atrevo a decir sin haberlo escuchado todavía, rompe con los modales y con las actitudes que la habían sido impuestas por Disney.
Comenzó con We Can´t Stop, una revolución que la llevó a tener que aguantar críticas por nombrar en la letra a Molly, apelativo del MDNA en los EEUU. Seguidamente la lió en los VMA al restregarse cual perra en celo con Robin Thicke, autor de Blurred Lines. A todas estas críticas respondió diciendo que ya no es la niña dulce que nos presentaron hace ahora unos años. Y que como es lógico en una artista, ha avanzado en lo que a su estilo musical, y ahora trata de encontrar el estilo en el que más cómoda y agusto se sienta.
El movimiento siguió con el video de Wrecking Ball, en el cual se muestra desnuda sobre una bola de demolición. A lo que la gente la volvió a criticar.
En esta última semana el golpe lo ha vuelto a dar de la mano de la MTV, en el documental Miley: the movement (miley: el movimiento), en el cual asegura que porfin puede ser la zorra que siempre ha sido.
Y como viene siendo costumbre en los últimos meses, se la ha vuelto a criticar.
Con esto queda más que claro que los cambios nos gustan bien poco, ya que en este caso el cambio ha sido de una niña dulce a un ataque de rebeldía. Pero estoy casi convencido de que si llega a haber sido al revés se la habría criticado por haberse suavizado.
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